En estos tiempos tan acelerados, superficiales (quizá por eso mismo) y urgentes, es sanador posar la mirada en Oriente. Adentrarse, en esos jardines del equilibrio y la armonía, a meditar, a buscarse uno mismo, a leer los clásicos japoneses. Un buen comienzo para ello son los Haikus.
El país del sol naciente nos ha legado en los Haikus la más profunda y sencilla filosofía de la vida. En estas frases líricas, tan cortas, que apenas duran un suspiro, cabe el infinito. Tienen esa brevedad de la que ni siquiera disponemos en occidente, tan cargado de preocupaciones, y por ello sin la costumbre de pararse, de mirar, porque solamente nos basta con ver.
El haiku es una representación de lo grande en lo pequeño, de la vida en definitiva. Es la elevación para contemplar o la contemplación para elevarse. En esta elevación lírica y ascética el hombre que llevamos a cuestas disminuye su tamaño, logrando así la fusión y el encaje en la naturaleza o por lo menos descanso del yo.
Uno de los padres del haiku fue Matsuo Basho, poeta más famoso del periodo Edo, cuyos poemas eran sencillos y de carácter espiritual. Bashō (1644-1694) aspiraba a expresar con esta nueva métrica el mismo sentimiento concentrado de la poesía clásica japonesa. Otro destacado creador fue Kobayashi Issa (1763-1827) cuya temática se centra en la naturaleza y sus sensaciones al contemplarla. El maestro Masaoka Shiki (1867-1902) fue el renovador del género.
‚ Primavera en el hogar
No hay nada
Y sin embargo hay de todo…ù
Masaoka Shiki
‚ De no estar tú,
demasiado enorme
sería el bosque…ù
Kobayashi Issa
‚ En medio del llanto
Canta la alondra
Libre de todo…ù
M. Basho
Madrid, 27 abr. (Juan Ignacio Altur, Quaterni)